Era un día muy
bonito. Mientras iba hacia el pueblo pensaba en qué haría con su cántaro. En
cuanto llegara al mercado seguro que le comprarían la leche , se decía nuestra amiga. Y el dinero lo gastaría en una
canasta de huevos.
De esa canasta
de huevos haría que nacieran más de cien polluelos. Lo llevaría al campo para
que comiera bellotas y así se engordaría y crecería.
De ese modo lo
podría cambiar por una vaca y un ternero pequeño, pensó. La muchacha continuó
su camino muy contento. Iba saltando de alegría, imaginando ya ser la dueña de
esos animales.
La vaca me dará
mucha leche y junto con el ternero los llevaré al campo donde pacerán. Y
venderé toda esa leche.
Entonces,
comprare muchos más polluelos y muchos más cerditos
-Me haré muy,
muy rica-decía la muchacha apresurando el paso, ya que, a lo lejos, veía mucha
gente en los puestos la plaza del mercado.
Tan soñadora
estaba con sus pensamientos que la distraída lechera no vio que, en medio del
camino, había una rama. Sin darse cuenta tropezó.
El cántaro salió
por los aires y se rompió en el suelo. La leche se derramó y se perdió en la
tierra. Y con ella se perdieron también los sueños de nuestra amiga.
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